miércoles, 13 de febrero de 2019

EN LA ESCUELA, EN LA CASA Y EN LA CALLE PONGÁMOSLE MÁS ATENCIÓN A NUESTRAS NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES


Por: Nélsido Herasme
El pasado lunes 11 de febrero tuve que acudir de urgencia al centro de estudio de mi hjo mayor porque había agredido a una adolescente, la que con toda razón a su vez ripostó con la misma intensidad con que lo hizo nuestro muchacho.

Nuestra postura frente a la impotente madre de la jovencita provocada y agredida por mi hijo fue la de colocarnos en actitud de genuflexión y darle toda la razón y excusarnos en su presencia y en la de la directora del plantel escolar y de un miembro de su equipo de gestion. 

Los padres, madres y los tutores que estamos al cuidado de nuestros muchachos y muchachas debemos vigilar más sus acciones en la calle, en la casa y, sobre todo, su comportamiento en la escuela. 

No somos partidario de la violencia, venga de donde venga, mucho menos la que se da entre alumnos de un centro escolar, porque a través del estudio lo que buscamos es el porvenir, el progreso y bienestar de ellos y el de la familia.

Todo acto de violencia en los que estén envuelto nuestros hijos constituye una bochornosa y terrible verguenza para la familia, porque la escuela es únicamente un espacio para estudiar.
Las familias lo que deseamos en la vida es que nuestros pupilos se esfuercen y logren llegar lo más lejos que las posibilidades brinden. 

Soy de los que entienden que hay que tratar a las niñas, como lo que son, niñas. Debemos estar claro que "Menor", en el argot popular y sexual, es una categoría de mujer.
Cuidemos su peinado; la vestimenta que se ponen, las relaciones con sus iguales; revisemos sus tareas y sus cuentas en las redes sociales, fijémonos con quien hablan (chatean). 
Recuerdo que hace poco, camino a Yamasá, de la provincia Monte Plata, nos detuvimos a saludar a un amigo en el Cruce de Guanuma y quedamos totalmente sorprendidos al encontrarnos con una joven de 24 años con un niño hermoso en sus brazos, el cual nos informó que era su nieto, porque a los 12 años había alumbrado su primera hija y esta, a la misma edad, parió también a su hijo. Al observar aquello, solo atiné a exclamar ¡Oh, Dios mío! Y continuamos nuestro recorrido.

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