Por:
Nélsido Herasme
Luego de proclamada la
Independencia, nuestro país fue escenario de diferentes batallas, una que marcó
un antes y un después de la Batalla del
19 de marzo de 1844 en Azua, la cual nuestros historiadores
tímidamente recogen con el nombre de la “Batalla de la Fuente del Rodeo”.
En esta fecha se libró la
primera gran acción de guerra entre tropas dominicanas y fuerzas haitianas,
encabezadas por el presidente Charles Hérard, la cual fue ganada por los
dominicanos.
Hace
ya un tiempo sostuvimos una conversación con el fenecido escritor e historiador
de la provincia Bahoruco, don Atilas Hernández Acosta (Quinito), a quien
abordamos sobre el tema de la Independencia Nacional, avanzando hasta la “Batalla
de la Fuente del Rodeo”, Aquel gran enfrentamiento a tiros, calificado por el
historiador José Gabriel García, como “Bautismo de Sangre”, celebrado en
Cambronal (Galván) el 13 de marzo de 1844, previo a la batalla que se
celebraría el 19, en Azua.
A
este encontronazo, los historiógrafos dominicanos han dado un tratamiento superficial,
dando ha entender que fuimos derrotados.
Fue
Quinito Hernández, quien, en la enramada de su residencia del municipio de
Neyba nos habló largo y tendido de este primer encuentro armado entre el bando
haitiano, comandado por el General Suffrant y, del lado dominicano, por el
capitán Fernando Taveras.
Sería
de mucho interés para la generación actual, en el marco del bicentenario de Juan Pablo Duarte, conocer la
verdad real de aquella gran gesta celebrada en la Fuente del Rodeo, en donde,
además del comandante Fernando Taveras, se destacaron los tenientes del
ejercito dominicano Vicente Noble, Dionisio Reyes, Nicolás Mañón, entre otros,
quienes al ver a su comandante herido, tomaron el control de la contienda.
Quinito
también nos recordó a un dominicano sin rango, sin liderazgo, sin liderazgo ni
abolengo, quién se entregó su vida a la causa, combatiendo a machete, palo y Piedra
hasta el final, de nombre “Pablo Mamá”. Ese ser humano, descalzo y descamisado,
quien luego de ser herido levemente por tropas haitianas, corrió hasta las cristalinas
aguas de las “Marías” de Neyba y allí, luego de bañar su cuerpo y tomar un buen
poco del líquido, sintió el recobro de sus fuerzas, para luego continuar
defendiendo a sus hermanos.
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